La formulación de las presentes consideraciones surge de dos  consideraciones: 
que la  vigencia real de los derechos humanos se vincula, de modo esencial y  condicionante, al desarrollo y consolidación del sistema democrático; por lo que  ambos se necesitan recíprocamente; 
la percepción de un alto grado de desconocimiento y desinformación en la  sociedad pampeana –si bien es un tema de particular actualidad, sobre todo en  nuestra provincia- de la compleja y multidimensional problemática de los  derechos humanos. 
Éstos  suelen presentarse como sustento de la dignidad humana: a toda persona  le son  reconocidos y garantizados sin ningún tipo de discriminación. Son una clase  especial de derechos que la persona posee por el solo hecho de serlo.  
Desde un punto de vista jurídico, se  trata de prerrogativas que poseen los individuos y que le garantizan su  libertad, un trato igualitario y son la garantía de su dignidad.  
Su vigencia efectiva en la sociedad, más  allá de su declaración y definición formal, presenta distintos  requisitos. 
En principio,  la relación entre los derechos humanos y la democracia se presenta tan intensa  que difícilmente pueda calificarse como democrático un sistema político que no  los respete, así como solo un marco democrático ofrece el espacio suficiente  para su vigencia, promoción y protección. 
Además, es necesaria la difusión y asimilación  generalizada de sus contenidos en pos de la formación de una tradición de  respeto a los mismos. 
Finalmente,  débil y endeble será su efectiva vigencia en una sociedad desigual, con escasa  movilidad social, sin igualdad de oportunidades y con anchas franjas de la  población en situación de miseria, analfabetismo, marginación y carencia de  elementos para su realización. 
La  esencia de la democracia consiste, en un sentido amplio, en ofrecer la  posibilidad a la generalidad de la población de jugar un papel significativo en  la gestión de los asuntos públicos. La misma no puede limitares solo a la  creación y la institucionalización de un orden político; es decir, un sistema de  reglas de juego que hace abstracción de sus contenidos éticos. Estas  concepciones terminan por reducir la democracia a un método, completamente  disociado de los fines, valores e intereses de los actores colectivos.  
Por el contrario, es necesario  considerar a la democracia como una condición de la sociedad civil,  caracterizada por el predominio de la igualdad y el desarrollo ciudadano, no  como categoría política abstracta sino en sentido real. 
La democracia se funda en la pretensión, y por  tanto en su capacidad efectiva, de integración social y política; si estas  aspiraciones se frustran   la democracia pierde su legitimidad y se vacía de  todo contenido. 
Es una certeza,  que la teoría política ha venido desarrollando desde sus inicios, que la  democracia no convive con situaciones extremas, como la generalización de la  pobreza  y su contrapartida necesaria. Cuando los pobres se vuelven indigentes,  sucumben la libertad y la democracia, y la propia condición de ciudadano se  deteriora irreparablemente. 
Por  nuestra parte, creemos en la posibilidad y en la necesidad de generar una nueva  cultura política y en la necesidad de generar una concepción integral de la  democracia en donde tenga plena cabida la capacidad de disentir y en donde se  garanticen no solo los derechos civiles y políticos, sino también los  económicos, sociales, culturales y ecológicos de la población. Esta es la tarea  urgente de quienes aspiramos a la utopía de ver un mundo sin violencia, con  justicia social y con goce pleno e integral de los Derechos Humanos.  
Es por esto que el actual gobierno debe  demostrar que la democracia es una herramienta eficaz para garantizar una  transformación social y la construcción de una mejor sociedad. Compartimos con  el mismo la postura de que el debate actual sobre la lucha contra la impunidad,  por la verdad, por la justicia y la reparación no debe centrarse solo y  exclusivamente en la revisión del pasado; sino que debe abordar cuestiones de  importancia capital para el presente y el futuro del país. 
De modo que compartimos la concepción política que  en relación a los DDHH guía al gobierno, que por una parte, en pos de recuperar  los fundamentos éticos del Estado y en la lucha contra la impunidad, promovió la  renovación de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y la anulación  parlamentaria de las leyes de amnistía, como medidas más importantes; y por otra  parte aborda la otra gran vertiente de la problemática de los DDHH, que es su  vulneración ante la crisis socioeconómica y la exclusión social. La destructiva  década de los ‘90 primero y luego la pesificación asimétrica y la devaluación no  planificada, consumaron un desmantelamiento de la protección social, aumentaron  la desocupación y la precarización de las relaciones laborales, eyectando a  vastos sectores asalariados hacia la marginalidad. Este proceso no solo  dificulta el ejercicio de los derechos civiles y políticos, sino que también  trae aparejado el quebrantamiento de todo el plexo de los derechos económicos,  sociales y culturales. 
 De allí  que hoy la tarea y el esfuerzo principal deba encaminarse a superar la pesada  herencia del neoliberalismo, que entre sus consecuencias generó una sociedad  desintegrada: ricos y  marginales que viven por debajo de la línea de pobreza  pertenecen a universos diferentes, viven económica, social, cultural y  económicamente separados. Un paisaje social como el descrito no es un buen  escenario para el florecimiento de prácticas democráticas, salvo que con esto se  quiera aludir solo al respeto ritual de ciertas formalidades, que por estar  vaciadas de contenido carecen por completo de significado.   
Es por eso que  hoy se vuelve necesario repensar  la democracia como categoría política. Atilio Borón observa la correspondencia  en América Latina entre políticas económicas neoliberales y la preponderancia de  una concepción minimalista de la democracia, que reduce su significado a la  función de un orden político, de un sistema de reglas de juego, que sólo atiende  a problemas de “gobernabilidad” y  de “eficacia” administrativa. Como resultado,  se reducen las capacidades regulatorias del Estado, tanto para formular como  para ejecutar políticas, subordinando lo político a lo económico. Este proceso  termina por reducir el espacio público vinculado a la sociedad civil y da  surgimiento a una sociedad menos integrada, en un marco de alto desempleo y  pobreza, donde los lazos de solidaridad se han roto y las tradicionales  estructuras de representación colectiva se encuentran deslegitimadas.  
Ante este vaciamiento y desilusión  respecto de la política, acompañado por el efecto atomizador del Estado, surge  como respuesta una estrategia individualista que se manifiesta de diferentes  maneras: desde la sumisión a las condiciones establecidas en los proyectos de  flexibilización a la mendicidad, pasando por el aumento de la violencia y de la  criminalidad. 
Frente a esta  situación es nuestra intención contribuir a la reformulación y reconstrucción de  un espacio pública caracterizado por la falta de solidaridad a partir de la  destrucción de los antiguos vínculos que la posibilitan y donde el accionar  general parece estar dictado por una desmedida lógica económica, que tiene como  objetivo último el bienestar particular en desmedro de cualquier otro proyecto  colectivo. 
Partimos de la  consideración de la realidad como un proceso socio-histórico del cual todos  somos partícipes y constructores. En este sentido buscamos ofrecer un medio que  ayude y promueva la reconstrucción de nuestra capacidad de manejar las  mutaciones en curso y consensuar las mejores opciones posibles.
Responsable: R.G
 
miércoles, 17 de octubre de 2007
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